Cuando me plantearon que contara mi experiencia en el Camino de Santiago con mis hijos, puesto que había muchos padres interesados en la organización del mismo… enseguida empecé a intentar recordar cuántos pantalones cortos había metido en la mochila para cada uno, cuántos pares de calcetines, las camisetas… en fin, me enfoqué en el tema práctico y me quedé bloqueada, porque no soy una persona práctica, soy una persona impulsiva, soñadora, aventurera y resolutiva. Con lo de resolutiva me refiero a que no suelo pensar en los inconvenientes que puedan surgir, si no que si llegan, busco la solución y si no…para que perder el tiempo pensando en algo que no sabes si va a ocurrir.
Entonces fue cuando me lancé a escribir para contaros:
El Camino con mis hijos
Me llamo Noelia Fandiño y me considero una fan y enamorada total del Camino de Santiago. A lo largo de mi vida lo he hecho 4 veces. Todos con su encanto y en momentos de mi vida diferentes.
Esta aventura comenzó con un pensamiento sencillo: me encantaría hacer el Camino de Santiago con los niños.
A los dos días, después de trabajar 11 horas, llegué a casa por la noche, hice 4 mochilas y les dije: mañana por la mañana nos lleva madrina a Sarria y haremos el camino. Sin más. Yo soy así.
Y efectivamente así fue.
Prepararse, ¿o no? Y la magia de un balón
Salimos desde Sarria y con 111km por delante, nos echamos a andar.
Había repartido las etapas entre 12 y 17km porque no tenía ni idea de cuánto podrían aguantar caminando un niño de 7 años y 2 de 10 años, y obviamente, como en casi todas las situaciones que se nos plantean en la vida con nuestros hijos, me sorprendieron y mucho. Ya os adelanto que si yo hice 111km, ellos hicieron 222km. No pararon de ir y venir, de subir y bajar por matorrales, de hablar con la gente en cualquier idioma, de hacer “amigos” y jugar al balón. Si señoras y señores, jugar al balón. Justo el día que nos íbamos me pidieron que si podían llevar su balón de fútbol, a lo que respondí tajantemente que NO. Les expliqué que serían muchos kilómetros y que se iban a cansar. En seguida me di cuenta de mi error, estaba anteponiendo un pensamiento negativo que yo tenía a dejarlos experimentar por ellos mismos. Con lo cuál después de recapacitar dos minutos llegó la primera gran lección de vida que este camino les dio y me dio: muy bien hijos, llevad el balón. Es vuestra responsabilidad y no quiero que en ningún momento me pidáis que yo lo lleve. Como todas las responsabilidades en la vida, cada uno debe de cargar con las suyas y ser consecuente, sabiendo que quizá muchas veces pesen o carguen, pero que si sabes aguantar la marejada podrás tener tu recompensa. Y no tengo más que darles las GRACIAS porque ese balón dio mucho, mucho, mucho de sí. Fueron dando toques con alemanes, italianos, chinos, puerto riqueños, tinerfeños, gallegos, sevillanos…convirtiéndose así en “los niños del balón”.
Llegábamos a pueblos en los que la gente les pedía para sacarse fotos con ellos, habían oído hablar de esos niños y cuando los veían, venían corriendo a sacarse las fotos con ellos, fue muy divertido y emocionante.
El sentimiento peregrino, formar parte de una Familia
Recuerdo perfectamente la primera, de muchas, lágrima que me calló de emoción y fue la primera noche. Llegamos a un albergue muy familiar y pequeño. Un grupo de peregrinos a caballo nos habían adelantado unos kilómetros atrás y cuando nos vieron llegar empezaron a aplaudir, a vitorearlos y nos sentamos con ellos a merendar. Ellos hablaban con todo el mundo, sin vergüenza, con interés por conocer más y de dónde eran aquellas personas desconocidas, y yo en la distancia los miraba y sólo podía pensar: Guau mamá, te has coronado. Tus hijos son peregrinos y les gusta.
Sólo el que ha hecho el camino puede entender el sentimiento que te invade por las mañanas, cuando te preparas para la nueva etapa. Desayunas, te atas bien tus botas, te echas la crema solar, compruebas que tu mochila está perfecta, controlas donde está el agua y empiezas a caminar. El tiempo pasa de contarse en minutos y horas a contarse en kilómetros. Esto me pasa siempre cuando lo acabo. Durante unos días estoy contando el tiempo en kilómetros y me parece increíble poder estar parada en un mismo lugar sin avanzar durante horas.
Caminar y comerme el mundo
La primera mañana que nos preparamos cuando ya nos disponíamos a salir, uno de mis hijos, me miró y me dijo: mamá, solo quiero caminar y comerme el mundo. Y eso hicimos.
Podría contaros muchísimas anécdotas y noches en albergues inolvidables, con peregrinos que sientes en cuestión de minutos se convierten en amigos.
Para ellos era la primera vez, y tuvieron que vivir esa sensación de no querer irte de un albergue o separarte de un grupo de gente que acabas de conocer, que sientes como si los conocieras de toda la vida. Pero enseguida entendieron que es uno de los encantos del camino, seguir avanzando con la incertidumbre del que pasará hoy, o con quién dormiré esta noche.
El valor de hacer El Camino en familia
A nivel familiar y personal, juzguen por ustedes mismos. Horas de paseo codo con codo, charlas interminables, risas, miradas, canciones, carreras, complicidad, duchas compartidas, cepillado de dientes compartido, ir a la compra siempre juntos, sin cobertura la mayoría del tiempo…
Tengo que decir que ni una sola vez, y cuando ni una es ni una, escuché, mamá no aguanto, o mamá estoy cansado…
Volvimos completamente enamorados los unos de los otros, y más unidos que nunca.
El gran secreto
Como anécdota o más bien regalo que me hicieron os voy a contar un súper secreto. Un día en casa, cenando, me dijeron:
-Mamá, ya sabemos que vamos a hacer cuando seas muy viejita y te mueras.
-Ah si?? Que genial que habléis esas cosas… ja ja ja, y que es??
-Vamos a hacer el camino juntos e ir repartiendo tus cenizas en los sitios bonitos que veamos, para que siempre te quedes allí escuchando las historias de los peregrinos.
Dicho esto, no tengo nada más que añadir, más que… BUEN CAMINO!!
Seguirle a Noelia en su Instagram : caminandoconmama